25.2.09

Días azules

Ahora que se cumplen setenta años de su persona, de su poesía, de aquel último verso, no puedo dejar de recordar el azul de mi infancia. Tal es el poder evocador de las palabras.
Son imágenes que, pese al tiempo, permanecen nítidas en mi retina, como si las llevara puestas en algún sitio del alma, o de lo que sea: aquel cielo, aquellas nubes de algodón (permítaseme el lugar común), aquellos vencejos tejiendo líneas de primavera, aquel azul que fue entonces nuevo para mí, como aquel arco de la vida que se extiende entre la vida y a la muerte, entre lo que empieza y lo que acaba.
Supongo que los azules serán distintos, pero en esencia idénticos: intensos, eléctricos, arcádicos, de abril, de mayo, de junio…
Tal vez, el cielo que Machado vio en Collioure fuera el mismo azul frío de febrero que se llevó a mi padre, o aquel azul azul de los besos prohibidos en el parque… da lo mismo.
Setenta años después, el sol de la infancia sigue iluminando los días azules de la vida.

24.2.09

Cuestiones olfativas

Leí alguna vez que el problema que genera la telebasura no es el de la inmoralidad inherente a este modo de hacer televisión sino el mal olor que deja en la casa. Comparto completamente la opinión de quien lo reflejó por escrito.
Digo esto porque los programas que a diario se emiten, especialmente las series de ficción hechas en España, emplean un lenguaje cada vez más soez y ordinario (valga la redundancia).
Hoy día, los guionistas han tirado por la calle de en medio. Para hacer reír, para imitar el lenguaje de los jóvenes, para resultar actual no existe otro modo que valerse de un lenguaje grosero. La risa se consigue automáticamente diciendo hostias, paja, coño, puta, cojones…Parece como si los responsables de estas cadenas (públicas y privadas) se hayan detenido en el tiempo, como si fueran niños de guardería que al decir moco, caca, chocho soltaran una gran carcajada.
Da lo mismo que sea en horario del menor, del mayor, del jubilado, del nasciturus... Se entiende, por tanto, que por ser adulto tenemos la obligación de digerir toda la podredumbre que de sus mentes sale.
El problema radica en que hay muy pocos que abran las ventanas para que el olor se vaya.

21.2.09

La importancia de llamarse Raul

Siempre que buscamos un culpable nos encontramos con un inocente. Valgan los ejemplos que tanto la Historia como nuestra propia experiencia nos han deparado. Pero en este caso no es así. Lo expongo con “objetividad”.
Ayer por la tarde. Un edificio regionalista de 29. Un alfeizar hecho de tacos de ladrillo con una inclinación y precisión matemáticas (recordemos que los ladrillos llevan allí noventa años). En mitad de este prodigio artesano se encuentra, con una caligrafía infame, la siguiente leyenda: RAUL.
Se conoce que el artista anónimo se quedó sin corrector líquido y no pudo finalizar su obra con una tilde soberbia. ¡Lástima!

4.2.09

En el cóncavo azul de la mañana

Una atardecer de primavera de hace unos años, mi amiga Paqui Noguerol, absorta ante el espectáculo visual que ofrecía el cielo de Sevilla, recitó unos versos de J.L. Borges que me resultaron absolutamante sugerentes. Con el tiempo intenté conocer el poema completo, pero sin suerte. Solo he podido rastrear en la red una cita de Antonio Burgos. Una pena. Por ello, me atrevo a pediros noticia de dicho poema. Este es el único rastro del “delito” poético: “en el cóncavo azul de la mañana”.

Llamando a la Tierra (MClan)

Con la música, al igual que con otros placeres inconfesables, acabo siendo obsesivo. Cuando me gusta una canción, la oigo hasta la saciedad. La última canción que no dejo de reproducir es “Llamando a la Tierra” de MClan, un clásico de la música española, aunque se trata de una versión muy mejorada de la Steve Miller Band (“Serenade from the star”).
La letra, aunque mejorable, resulta absolutamente lírica. Un navegante estelar que, ante su soledad cósmica, decide llamar inútilmente a la Tierra, a ella (siempre una mujer). Al tiempo que observa la belleza muerta (estrellas, planetas que desaparecen), siente un gran vacío universal y existencial. Los días pasan lentamente mientras que esconde en una trivial partida de póker el sinsentido de su destino de viajero.
Disfrútenla y, si llega el caso, reconózcanse.

P.D.: Tenéis la letra al final de la entrada.



Llamando a la tierra
He visto una luz.
Hace tiempo Venus se apagó.
He visto morir
una estrella en el cielo de Orión.
No hay señal.
No hay señal de vida humana y yo
perdido en el tiempo,
perdido en otra dimensión
(Oh, Oh) (Oh, Oh) (Ah)

Soy el capitán.
De la nave tengo el control.
Llamando a la Tierra,
esperando contestación.
Soy un cowboy
del espacio azul eléctrico.
A dos mil millones de años luz
de mi casa estoy.
(Oh, Oh) (Oh, Oh) (Ah)

Quisiera volver,
no termina nunca esta misión.
Me acuerdo de ti
como un cuento de ciencia ficción.
No estoy tan mal,
juego al póker con mi ordenador.
Se pasan los días
No hay noticias desde la estación.
(Oh, Oh) (Oh, Oh) (Ah) (Ah) (Ah)

2.2.09

Ruta 66

Regreso de nuevo al blog después de un largo tiempo sin publicar. Como no pretendo excusarme, voy directo al grano.
La semana pasada, de forma imprevista, volví a Rota, ciudad donde desde hace algunos años paso los veranos. Allí me encontré una ciudad distinta, invernal y ventosa, con un mar violento. En cambio, la luz de aquella tarde permanece inalterable.
Tras un café inolvidable, escribí estas palabras en recuerdo del mar y del verano que no ha terminado todavía (pese a tantas heladas, me resisto a que llegue el invierno).

Tras la pintura amarilla se asoman hacia un balcón estrecho mesas de plástico que buscan el mar. Allí, las pupilas se agrandan como un día lo hicieron las de Alberti, Ángel González o García Montero.
Un escenario azul se desborda entre los cuerpos anaranjados de los bañistas, la luz declinante de la tarde y la presencia futurista de Cádiz a la izquierda.
El pecho verde del Atlántico se derrama una y otra vez contra la arena cadáver.
Aquí el tiempo se precipita como si fuera espuma que estalla.
Aquí las palabras no son nuevas, pero el viento las limpia de codicia y sal.