30.10.09

Casi

Antes de que termine el mes, suelo adelantar la hoja del calendario. Ayer, cuando me disponía a hacerlo, reparé en que alguien de mi familia había tachado a lápiz la palabra “casi” de la frase que ilustraba el margen del mes de octubre: “El gran tesoro de la persona está dentro y casi siempre lo buscamos fuera”.
Después de cerciorarme de que mi mujer no había sido, me he quedado pensando cuál de mis dos hijos pudo hacerlo. La acción en sí denota que se trata de una persona madura y reflexiva, pero ¿no encontráis un cierto pesimismo en su visión de las personas? ¿O es simplemente una postura realista?

P.D.: Ya me he enterado. Fue quien me imaginaba.

27.10.09

Un poema vivo

Pensaba esta mañana escribir acerca de cómo iban las madres que llevan a sus hijos al colegio, pero, por más que lo intentaba, no podía superar la imagen de un poema de Juan Ruiz que una y otra vez interfería en lo que deseaba escribir. Así que me fui a Internet a buscar el texto del maestro y compruebo, no sin sorpresa, que el poema estaba en youtube. Se trata de una versión de Javier Bergia que había sido vista por tan solo 195 elegidos. Siglos más tarde, la voz del Arcipreste se había colado por un agujerillo de la red. Flipante. Alguien al que le gustaba tanto el texto como a mí, lo había incluso cantado.
He de reconocer que, cada vez que leo el poema, más lo disfruto. Es un texto en verso que tiene un indudable valor lírico, narrativo y si me apuráis, teatral.
En él, el bueno de Don Melón expresa sus sentimientos al ver de lejos la belleza de Doña Endrina. Todo lo que tiene pensado se deshace por el nerviosismo que le crea su presencia. Inventa una excusa muy peregrina hasta que finalmente se queda solo con su amada y le expresa su quexura de amor.

P.D.: La exclamación inicial debería guardarse de modo obligado en el Banco de España.

Ay, Dios, e quán fermosa viene Doña Endrina por la plaça
¡Qué talle, qué donaire, qué alto cuello de garça!
¡Qué cabellos, qué boquilla, qué color, qué buenandança!
Con saetas de amor fiere quando los sus ojos alça.

Pero, tal lugar non era para fablar en amores;
a mí luego me venieron muchos miedos e tenblores:
los mis pies e las mis manos non eran de sí señores,
perdí seso, perdí fuerça, mudáronse mis colores.

Unas palabras tenía pensadas por le dezir,
el miedo de las conpañas me façian ál departir;
apenas me conosçía nin sabía por dó ir:
con mi voluntat mis dichos non se podían seguir.

Fablar con muger en plaça es cosa muy descobierta:
a bezes mal perro atado tras mala puerta abierta;
bueno es jugar fermoso, echar alguna cobierta;
ado es lugar seguro, es bien fablar cosa çierta.

«Señora, la mi sobrina, que en Toledo seía,
se vos encomienda mucho, mill saludes vos enbía;
si oviés lugar e tienpo por quanto de vós oía,
deséavos mucho ver e conosçervos querría.

Querian allá mis parientes cassarme en esta saçón
con una donçella muy rica, fija de Don Pepïón;
a todos dí por respuesta que la non quería, non:
de aquella seria mi cuerpo que tiene mi coraçón.»

Abaxé más la palabra, díxel que en juego fablava
porque toda aquella gente de la plaça nos mirava;
desque vi que eran idos, que omne aý non fincava,
començél dezir mi quexura del amor que me afincava.

Juan Ruiz: Libro de Buen Amor. Cátedra.

22.10.09

Pisando fuerte

Desde tiempos antepretéritos está comúnmente aceptado por la infalible ciencia popular que el pisar una mierda da mucha suerte. Por este motivo y como consecuencia de lo dicho, esta mañana he comprado un cupón para el viernes. Hasta aquí no hay nada que decir. Pero, al poco, me han asaltado las dudas. Si me tocara el cupón, ¿he de darle una parte al dueño del animal? ¿Se debe cambiar la consideración social de estos seres desprendidos que llevan la fortuna a sus conciudadanos y además de forma diaria? ¿Con qué cantidad se les deberá remunerar a estos generosos ciudadanos? ¿En especie tal vez? ¿Según las unidades de millar del cupón premiado?
¿De qué factores depende la suerte que te confiere la mierda? ¿Obtendré un premio mayor si el subproducto pisado posee mayor tamaño, según el dicho de que “más caga un buey que cien golondrinos”? ¿Han de considerarse la dureza, frescura, consistencia y adherencia a los zapatos como un garante cierto que me permitirá dar con el número de serie del cupón?
Pero todo lo dicho no se hubiera escrito si no hubiera pisado al mediodía una segunda mierda. Es entonces cuando mi desconcierto se hecho absoluto. Sabedor de que mi suerte se ha elevado de modo exponencial, me han entrado deseos de compartirla con estos seres que desinteresadamente cuidan estos animales para que nosotros vivamos mejor. Pero, ¿no habrá anulado la segunda el poder mágico de la primera? No lo sé, aunque después de lo ocurrido, he comprado otro cupón y el extra de otoño.

P.D.: ¡Qué semanita!
Mañana hablaré de Juan Cobos.

21.10.09

De cómo me jugué la vida y otras cosas de gran valor

El pasado domingo decidimos ir a hacer una ruta por el campo. El lugar elegido no era otro que el trayecto que discurre junto al río Majaceite, entre El Bosque y Benamahoma (Cádiz).
El recorrido de unas dos horas, pese a su sencillez, es una auténtica maravilla. Situado en un Parque Natural, atraviesa un bosque de galería muy bien conservado. En este ambiente, marcado por el verdor y la humedad, uno cree encontrarse en una égloga de Garcilaso rodeado de ninfas y pastores.
Allí, acompañado de otras dos familias, iniciamos el viaje. Pronto las cámaras fotográficas se desenvainaron de sus fundas para dar cumplida cuenta de la belleza del paraje. Pero, en mitad del camino, dos niños se aventuraron a pasar al otro lado del río apoyándose en unas piedras. Era una trampa. Tal y como estaban dispuestas, se podía ir pero no regresar. En esta situación límite, haciendo gala de mi proverbial arrojo y como si fuese el mismo Capitán Lanza En Ristre, aventureme a ir en su auxilio. Estudié el lugar, analicé cada piedra y valoré cómo había de ser el impulso que debía tomar. Sin pensarlo más, salté hacia una piedra angulosa y ladina que me quiso mal. De buenas a primeras, la suela urbanita de mis deportivos no se pudo agarrar a la piedra y quédeme durante un largo instante en el aire suspendido (oh , San Juan, cómo te entendí). Caíme, precipiteme, despeñeme (como un chop "armejero") hasta que, finalmente, escoñeme, partime, descalabreme y rompime el culo.
Mojado y con la junta de culata “partía” hube de seguir la jornada como dios dispuso. Cuando llegué a casa y, ya en frío, descubrí la importancia anatómica del coxis (vulgo hueso cuqui). Joé, qué dolor, hasta para sentarse (¡cómo me he acordado de aquel chiste de la primera experiencia sexual!).
Con el aparato tronante en tan mal estado, la semana ha empezado de culo. Ayer por la tarde, por ejemplo, en la charla que dio Juan Cobos Wilkins en la Biblioteca Pública de Sevilla, pese a lo moderno del lugar, no había un mal cojín que aliviara mi padecimiento. Un mundo sin cojines no es mundo. Fue la primera vez en mi vida que experimenté dolor físico al oír la poesía.
P.D.: De Juan Cobos ya hablaré mañana. ¡Qué buen rato nos hizo pasar!

20.10.09

Todos los años

Todos los años me sucede lo mismo. Llegan las primeras lluvias –aunque este año sean tardías– que nos anuncian la llegada del otoño (hasta ayer tuvimos 29 grados). Y siempre la evocación del verano como algo fugaz y efímero que no deseo que pase.

Movías el café mientras al fondo dos muchachos en bañador jugaban al billar. Fuera, a la sombra, un viejo dormitaba debajo de su sombrero de paja. La camarera de espalda curva, como de pez, me miraba con lascivia displicente, sabedora de que sus ojos hablaban más que su cuerpo. Al fondo, el arenal ardiente sostenía un anárquico entramado de pinchos y sombrillas. Siesta. Un velero recorre el horizonte de plata bruñida. Más cerca hidropedales con silueta de náufrago anclan en el mar sus cuerpos negros.
Sé que estos días de verano, lentos y alegres, los olvidaremos. Tal vez los nombremos. O tal vez no. Que estemos juntos, como ahora, que el mar siga siendo de plata blanca, nunca oscura. Ojalá volvamos a ser tan felices como ahora lo somos, o lo creemos, y que el velero vuelva a volar por el mismo firmamento de olas. Llegará la hora de partir y los dejaremos aquí. Lo sé.


P:D.: Mañana hablaré de lo sucedido este fin de semana y que me ha dejado malherido.

14.10.09

Inés

Una noche, mi hija se sentía tan triste por algo que le sucedió aquel día que, incluso dormida, no dejaba de llorar.
Pasado el tiempo, cuando la noto cabizbaja —cosa rara en ella, que se pasa el día cantando—, me acuerdo del poema que le escribí aquella noche. Y como hoy es un día de esos, aparco la entrada que tenía pensada y transcribo el poema.
Va por ella.

Duerme un sobresalto de niña triste,
un combate de sobrecogimiento
y un suspiro de nieve.
—Te queda la vida
en tu sonrisa de estrella,
Inés, te queda la mochila del firmamento
en tu estela de princesa.
—¡No llores más,
que un hada de arena cubrirá
tu cama con el calor del mar!
¡No llores más, Inés, no llores más!

12.10.09

¿Qué nación?

En medio de esta vana polémica sobre si es necesario celebrar el día de la nación o el de las Fuerzas Armadas, se me ha venido a la cabeza una historia que me relató un antiguo compañero ya jubilado.
Hace unos años, un judío sefardí llegó a Toledo. Llevaba guardado en su equipaje una pequeña caja de madera muy deteriorada. En ella se escondía una llave y un plano muy tosco en el que aparecía marcada una calle y el número de una casa. Su familia, durante generaciones, había guardado la caja de madera con la esperanza de volver algún día a la casa de la que habían sido expulsados (que era suya o la sentía como suya).
Con el derecho que dan los siglos y el destierro, el judío encontró la calle y la casa que, milagros del tiempo, conservaba la misma numeración del siglo XV. Así, con esa magia que el destino posee, la puerta se abrió y entró. Al poco, llegó el dueño que, al encontrar a esta persona extraña, empezó a gritarle y a insultarle. El judío, en cambio, poseído del derecho adquirido por todos sus antepasados, le mostró el papel y la llave. El dueño, asombrado ante lo que veía, comprendió y acabó invitándole a almorzar. Aun sin poderse entender, ambos dueños, ambos toledanos, compartían la mesa con una sonrisa y el mejor vino de la casa.

No sé si la historia es real, pero puedo serlo. Si lo fuera, ¿qué sentido tendría el día de la nación? ¿No es la cultura quien establece lo que somos?

En homenaje a estos españoles os dejo un pequeño poema sefardita procedente de Sarajevo (Bosnia).



¿Por qué lloras, blanca niña?
¿Por qué lloras, blanca flor?
Lloro por vos caballero,
que vos vas y me dejás.

Me dejás, niña y muchacha,
chica y de poca edad.
Tengo niños chiquititos,
lloran y demandan pan.

Si demandan a su padre,
que repuesta les vo a dar?
metió la mano en el pecho,
sien dovlones le fue a dar.

¿Esto para qué m'abasta,
para vino o para pan?
si esto no vos abasta,
ya tienes d'onde tomar:

Venderés viñas y campos,
media patre de la sivdad.
venderés viñas y campos
de la patre de la mar.

Vos asperarés a los siete,
si no, a los ocho vos cazás,
tomarés un mancevico
que paresca tal y cual,
que se vista las mis ropas
sin sudar y sin manchar.

8.10.09

Trabajo duro

Reza en un viejo tablón de corcho la siguiente leyenda: “Trabajo duro, éxito seguro (o algo así, ya no me acuerdo)”. Y es cierto. Esta frase (casi desafiante) se encuentra en el cuarto de estudio de Juan Antonio González.

Desde que lo conocí, allá por los felices 80, ya escribía poemas. Deba igual el soporte en el que estuviera: en los apuntes de Lingüística, en la servilleta de un bar, en la mesa de la facultad o en el menú de de mi propia boda. Aunque el tema era al principio recurrente y obsesivo (lo jocoso-sexual), su maestría e ingenio corrían paralelos.

Más tarde, cuando los clásicos poblaban sus mesa, los versos se hicieron amorosos (eran las cosas de la edad florida) y entre apuntes y libros sobresalían poemas de indudable mérito.

Luego llegaron el trabajo, las hijas, la nerviosa cotidianeidad y los etcéteras de la vida, y sus versos miraban hacia dentro, pero siempre atento a la lectura y la reflexión poética. Pero siempre la misma cantinela: Lee este poema, ¿qué te parece?, muy bueno, Juan Antonio, suena raro, sí pero ya he pensado que, mira ... Luego los correos electrónicos, los blogs, Clarín... y después de tantos luegos, el tío cabrón me pregunta si voy a ir a la presentación de su primer libro de poesía . ¡Cómo para no ir! Pues, allí estaré, mamarracho.

P.D.: Disfrútalo, que la vida invita pocas veces, incluso trabajando duro.


P.D.: Jesús, también quedas felicitado, aunque no sé si tienes un tablón de corcho en tu cuarto.

7.10.09

Enrique y su capote

-Enrique, ¿no te das cuentas que todo el mundo se mete contigo?
-Me da igual... tengo para todos ( pa toh, en andaluz).

6.10.09

Un poema olvidado

Al final del paseo marítimo de Rota (Cádiz), en los costados de piedra encalada del Hotel Duque de Nájera, frente al mar, despreciado por los veraneantes, se encuentra un precioso poema escrito en un azulejo. Pertenece al escritor roteño Ángel García López. Como sabéis, se trata de un espléndido poeta con una larga trayectoria en el mundo de las letras y que ha sido galardonado en numerosas ocasiones (Adonais, Premio Nacional de Literatura…).
Aquí va. Si alguien no conoce Rota, os diré que la Costilla es el nombre de la playa donde se encuentra el paseo marítimo.

Palabras para colgar de una ventana rota
Este balcón da al mar.
Toco la espuma viajera, inagotable, de la orilla.
Sobre el balcón, volcado en la Costilla,
mis ojos dan al mar.
Lejos, la espuma dibuja un horizonte
que navega mi corazón.
Conozco cada grano de esa arena,
su nombre, su verano, su apellido.
Y el agua se me entrega
joven y dulce en la mañana.
Y canta su septiembre de sol.
En los cristales crece la flor de luz de los corales,
ruge lo azul de la escolar garganta del día.
Y aquel año, aquel desvelo que antaño fui, se asoma.
Y ve y en Rota esta ventana es mar,
y gaviota que le devuelve lo mejor del cielo.


Mester andalusí, 1978.

1.10.09

Arritmia

Aún recuerdo aquel día que destrocé el ritmo de palmas de los 53 compañeros que cantaban sevillanas en el autobús. “Tú, estate quieto” –me advirtieron.
Ese día descubrí que en el Olimpo no quisieron concederme el ritmo de rapsodas y juglares. Tampoco es lugar éste para decir qué me concedieron, pero el ritmo se lo quedaron otros. Tal vez falté el día del reparto, o no me invitó García Sol cuando, tomando café, ensañaba a hacer sonetos, o simplemente pensaron que iba ya bien cumplido, quién lo sabe. Por este motivo me aferro al verso libre más por necesidad, que como recurso, bien lo saben estos dioses julandrones. Por eso decidí que era mejor que los sáficos, melódicos, heroicos y enfáticos estuvieran en las manos de los 53 palmeros del autobús. Los silencios eran míos.