25.2.10

Échate pallá, Sísifo



Mis primos, esos héroes de sangre, a diario desayunaban ineludiblemente un tazón de leche —aquellos de porcelana blanca— con catorce galletas María. Como yo era más pequeño, sólo alcanza a tomarme un vaso mediano con cinco galletas, por supuesto migadas. Más tarde, al crecer, me estabilicé en la nada desdeñable cantidad de siete galletas. Reconozco que recién levantado, apenas puedo tomar nada, ni antes ni ahora.
Mucho tiempo y leche (con café) después, ya esté adormilado, zombi, resacoso o enfermo, al desayunar, sin que sea necesario contar (mis dedos van solos), me tomo las susodichas siete galletas.
Supongo que a mis 43 años les habré ganado. Será por perseverar…

P.S.: La tostá a media mañana con aceite, tomate y un pellizco de sal es sagrada.

23.2.10

Atasco

Una ambulancia

abre una vía de agua

en un muro de coches

y gente que se ahoga.

16.2.10

El bola de nieve

Desde que hace unos meses mi sobrina Caro me enviara una invitación para un programa de reproducción de música (Spotify), apenas he entrado en el Yutú. Pero, casualmente, al entrar en “Estar al acecho”, un blog muy interesante que visito con cierta asiduidad, he encontrado el nombre de un cantante cubano que desconocía por completo, al menos con ese nombre, Bola de nieve. Tras indagar en su figura, os dejo un vídeo breve pero muy representativo. Si aún viviera, este músico cubano ocuparía los primeros puestos en las listas de ventas, pondría su página del feisbu a reventar y llenaría los estadios de fútbol de dos en dos. Arte, frescura, espectáculo y talento a espuertas.

15.2.10

El puñetero invierno



A este invierno le deben haber pisado el rabo. Ya pronto le levantarán el pie y saldrá despavorido a esconderse tras la parra verde de septiembre, a la espera de que el otoño se despoje de su piel dorada. La primavera, temerosa al escuchar los aullidos desesperados de este demonio de pies blancos y cabeza oscura, permanecerá escondida, pero dispuesta a mostrar de improviso su sujetador verde. Sabe que un día alguien más impetuoso llenará de voz luminosa su corazón adolescente.

Fotografía: "Lluvia sobre el techo de zinc" (Florencia Chihigaren).

11.2.10

Barbarie

Hay comportamientos que me producen una enorme rabia, demasiada, sobre todo cuando afectan a quienes están indefensos.

Esta mañana, mientras paseaba a mis dos perros, Chili y Leo, por una zona despoblada junto a una zona residencial, he sentido unos ladridos que no acertaba a localizar, ya que allí no había nadie. Este lugar estaba destinado a la construcción de viviendas, pero la crisis inmobiliaria ha hecho que quede a medio urbanizar. Trazadas las calles, delimitadas con bordillos las aceras e instaladas las diferentes tuberías, todo lo demás es un páramo de albero amarillo.
Guiado por los aullidos, me acerqué al lugar de donde creía que procedían. Allí, en una arqueta de teléfonos me encontré a dos perros que alguien había abandonado. Los animales ladraban y temblaban no sé si de frío o de miedo. Desconozco el tiempo que habían pasado encarcelados.
Tras armarme de valor, decidí meterme en la arqueta para liberarlos a pesar de su actitud defensiva. Solo conseguí acariciar a uno de ellos, que se encontraba herido. Creo que le habían rajado el lomo para quitarle el microchip que lo identificaba. El otro animal, el más agresivo, era una perra de tetas largas, estrujadas, secas también, que no dejaba ni de ladrar ni de mirar con desconfianza, pese a mi tono cariñoso y relajado. Mientras acariciaba a su compañero, su rabo se movía entre sus patas tal vez queriéndose acercar.
Su ladrido era de horror, no solo a la oscuridad sino a la vida, a lo desconocido, quizá peor de lo hubiera imaginado.

P.D.: Mi agradecimiento a la Policía Local de Alcalá de Guadaíra (Sevilla) tanto por el trato que me ha deparado, como por la diligencia que ha demostrado.

1.2.10

Boinas capadas

Recuerdo que de niño los viejos del pueblo se reunían en las esquinas, junto a la carretera, buscando el rácano sol del invierno. Allí, fieles de las horas, charlaban de “su” mundo, de sus vidas antiguas. Todos sin excepción llevaban una boina (sin acento) que los protegía del sol, del agua, del viento, de la vida. Era como un tapón de corcho (llegué a pensar que tras la tela de fieltro se encontraban sus sesos).
En aquellos tiempos preconstitucionales (cuán fatuos pueden llegar a ser los adjetivos), los viejos solían hablar con frecuencia con los niños (¿qué se fizo de la tradición oral?). Recuerdo especialmente a uno de ellos que polemizaba con vehemencia sobre cómo había de cubrirse la cabeza: “Las boinas deben estar capadas de tal modo que no quede ni rastro del rabillo (no diré cómo lo llamó)”. Según él, el mundo se dividía entre las boinas capadas y las no capadas. Sin querer, acabó explicándome por primera vez la visión de las dos españas, por supuesto irreconciliables, opuestas por oposición, por necesidad o necedad, por ideología o por genética, por huevos o por huebos.
Creo que fue Miguel Mihura en Ninette y un señor de Murcia quien lo expresó con la fina comicidad de sus comedias: hay que ser o cocidista o fabadista ineludiblemente.
Hoy apenas quedan boinas capadas. Habría que reivindicar alguna ayuda al Ministerio de Medio Ambiente para estos seres tan entrañables, tan olvidados en frías salas de luz blanca.