16.4.10

Los buenos

Frase lapidaria del peluquero de mi mujer, un homosexual encantador, trianero, cofrade, feriante y rociero en trámites de divorcio: "Ni los buenos son tan buenos,  ni los malos son tan malos".

14.4.10

Jinetes on the storm

En el viejo radiocasete Sanyo que mi padre trajo de Ceuta (con sonido mono por supuesto) sintonizaba las emisoras más interesantes. Cuando estaba preparado, le daba al enorme botón rojo y grababa las canciones que más me gustaban. Con frecuencia desconocía a quiénes pertenecían y cuáles eran sus títulos. Daba igual, a mí me gustaban y con eso bastaba.

En ocasiones alcanzaba a saber el título de la canción y, como mi oído para los idiomas es como es, con la ayuda de la melodía y mi imaginación me inventaba lo qué decía. Recuerdo que, con suerte, algún amigo te pasaba la fotocopia –de ínfima calidad- de la letra de alguna canción. Así, por ejemplo, conocí el apego a lo “maligno” de los Rolling.

Ahora que la vida me concede algo de tiempo, es fácil buscar canciones y letras. Pero ahí viene el problema. Las canciones que habías idealizado y cantado hasta la saciedad, resulta que, al leer su contenido, te das cuenta con horror que son absolutamente primarias, por no decir patéticas.

Eso mismo me ha ocurrido hace poco al leer la letra de “Riders on the storm” de los Doors. Se trata de una canción que, por su ritmo cadencioso o por los efectos sonoros tan especiales, me consigue sumergir en un mundo absolutamente mágico, casi onírico.

Mientras que la he vuelto a oír, he ido escribiendo lo que sigue.



El jinete cabalga bajo la tormenta:


barro, sudor y un estribo candente.


Bajo el cielo, todo parece enorme, gigante.


Resuena, truena, estalla el valle,


también su cabeza.


Zancada tras zancada,


el jinete galopa y galopa.


Nadie espera su rabia,


su vida al filo de un trueno.


Mientras la lluvia martillea sus ojos, anochece.


Barro, cielo, sudor.


La vida fluye en un caballo loco que desfallece.


—Sé que llegaré o qué moriré al borde del camino.


Haciendo trizas la vida,


el yugo de lo que no se tiene,


el jinete cabalga y cabalga.


Los labios mojados, la boca reseca.


Bajo la tormenta retumba el valle.


Llueve.

8.4.10

Nada más

Como un relámpago seco, la luz nace de la oscuridad y se proyecta en busca de un no sé qué que nadie sabe.

Un fotógrafo lanza una red de píxeles para atrapar el delfín de la tarde. Todo nace dentro, muy dentro, como si brotara de los ríos hondos de su frente, como si buceara por las olas broncas de sus cejas.

Luz fuera, negritud dentro.

Por un agujero mira sus ojos y no ve nada; busca la oscuridad y solo encuentra la claridad cegadora de su pecho, la barba blanca, el rumor de cartón de su piel ajada y un pañuelo de sombra que lo ancla al légamo maloliente de su propia podredumbre.

Luego, un botón: el disparo contra delfines que saltan, el silencio del tiempo detenido, el destello que se desvanece, el vacío de una cámara oscura.

Nada más.

Fotografía: Ramón Simón