Paisaje grana
La cumbre. Ahí está el ocaso, todo empurpurado, herido por sus propios
cristales, que le hacen sangre por doquiera. A su esplendor, el pinar verde se
agria, vagamente enrojecido; y las hierbas y las florecillas, encendidas y
transparentes, embalsaman el instante sereno de una esencia mojada, penetrante
y luminosa.
Yo me quedo extasiado en el crepúsculo. Platero, granas de ocaso sus
ojos negros, se va, manso, a un charquero de aguas de carmín, de rosa, de
violeta; hunde suavemente su boca en los espejos, que parece que se hacen
líquidos al tocarlos él; y hay por su enorme garganta como un pasar profuso de
umbrías aguas de sangre.
El paraje es conocido, pero el momento lo trastorna y lo hace extraño,
ruidoso y monumental. Se dijera, a cada instante, que vamos a descubrir un
palacio abandonado... La tarde se prolonga más allá de sí misma, y la hora,
contagiada de eternidad, es infinita, pacífica, insondable
-Anda, Platero...
Juan Ramón Jiménez: Platero y yo.
Fotografía: Alonso CM. Vista de los Corrales de Rota (Cádiz). Supongo que un paisaje parecido debió de inspirar el poema de Juan Ramón Jiménez, al menos, así lo imagino yo.
Con esta entrada me despido hasta no sé muy bien cuándo. Mañana emprenderé un nuevo viaje a Ítaca... ¡Qué los dioses me sean propicios!
Un abrazo a todos los que por aquí se asoman. ¡Buen verano!