4.10.13

La cosa

-¿Cómo va la cosa?
-¡Ay, la cosa...! Cómo no será la cosa, que hemos prohibido hablar de la cosa.
         
(Anécdota de esta mañana)

2.9.13

Rielan las adelfas

Fotografía: Alonso CM. Riberas del río Guadaíra (Alcalá de Guadaíra, Sevilla).

20.6.13

Florecer de lumbres



Árboles altos

¡Abiertas copas de oro deslumbrado
sobre la redondez de los verdores
bajos, que os arrobáis en los colores
májicos del poniente enarbolado;
en vuestro agudo éstasis dorado,
derramáis vuestra alma en claras flores,
y desaparecéis en resplandores,
ensueños del jardín abandonado!

¡Cómo mi corazón os tiene, ramas
últimas, que sois ecos, y sois gritos
de un hastío inmortal de incertidumbres!

¡Él, cual vosotras, se deshace en llamas,
y abre a los horizontes infinitos
un florecer espiritual de lumbres!
                                Juan Ramón Jiménez


19.5.13

Sin moneda

Como recuerdo solidario de tantos "monederos" que añoran sus cervezas (y altramuces)...

Fotografía: Alonso CM.

16.4.13

Tras el ganado...


Más claro cada vez el son se oía,
de los pastores, que venían cantando
tras el ganado, que también venía
por aquel verde soto caminando;
y a la majada, ya pasado el día,
recogido le llevan, alegrando
las verdes selvas con el son suave

haciendo su trabajo menos grave.

                                  Garcilaso de la Vega: Égloga III.
Fotografía: Alonso CM.

15.3.13

6.3.13

Avanti, forza e coraggio


                                                                                         A mi madre, presa en una cárcel de huesos cansados.

Pupilas que por costumbre se contraen ante la misma claridad enrejada. Es invierno y simplemente llueve. En aquella ventana, las horas son cíclopes incesantes, peleles que gesticulan una y otra vez en una televisión que apagará con la transparencia azulada de sus manos.
Ella recuerda a su familia, a sus nietos, a él, siempre él. Sentada, sola, en una mesa redonda, igual a la de su abuela, aquella que le contaba historias tan fugaces como el humo del brasero. Entonces, le sujetaba las manos —ahora lo entiende— para avivar las últimas pavesas de su vida:
—Dame tus manos, caliéntame el alma con tus ojos de estrella, que se me vaya el frío de los planetas, el hielo del tiempo huido. Acércate,  deja que sienta tu piel de cometa, la estela de tu pelo rubio, el brillo de los mares en tu voz de niña antes de que el invierno se esconda en su páramo de sombra y olvido. Pero no te vayas, vuelve a darme tus manos blancas, suaves como el mármol que huyo, como la sábana que me cubrirá, como el aceite de los recuerdos.
Fotografía Alonso CM.