15.1.13

El asesinato del profesor de Lengua


La noche que asesinaron al profesor de Lengua, el cielo se cubrió de hiatos, diptongos y un homógrafo mar de sintagmas.
Su cuerpo, entildado como un alacrán, revelaba signos incoherentes de una transposición gramatical no marcada, semejante a un anacoluto. Su aspecto imperfectivo se mostraba arbitrario e inarticulado o, al menos, lo parecía ante los ojos de lingüistas pragmáticos y estructuralistas.
Tras vanos intentos de localizar el agente de la acción, solo se halló un oclusivo velo de impersonalidad, acaso una hipotética reflexividad de indefinición pronominal. Sentenció con paradigmática desidia el entorno léxico del profesor.
La modalidad del asesinato, equidistante entre la exclamación y la interrogación, supuso un lastre que impidió cualquier posibilidad de duda que no derivase en deseos de negación.
De esta manera, como una oración inconclusa, sin sujetos ni testigos activos que predicaran su muerte, acabó una vida subordinada a la luminosa búsqueda de significados entre los fríos ecos del significante.